El Cruzeiro de Brasil alcanzó la gloria continental en 1976, sin embargo, el destino quiso que uno de sus goleadores celebrara desde la eternidad.
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El ataque del Cruzeiro antes de derrotar a Alianza Lima en “Matute” cuatro goles a cero. Fue el último partido de Roberto Batata, primero a la izquierda, lo acompañan: Eduardo, Palinha, Jairzinho y Joazinho. Foto tomada de Historiadores deportivos.
El “ojo avizor” de Joao Crispim advirtió que en esa polvorienta cancha, perdida en algún lugar de Belo Horizonte, se estaba gestando el nacimiento de una de esas estrellas que se daban silvestres en el Brasil del 68.
Roberto Monteiro era el nombre de ese morenito que hacía las delicias del respetable, huyendo de los defensas rivales con picardía, velocidad y transformando sus potentes remates en goles para la humilde divisa del Banco Real.
Después de cada victoria Crispim notó que Roberto, cada vez que podía, se recompensaba con una buena porción de papas fritas; era tal su “adicción” que su descubridor, cual sacerdote en ritual de iniciación, lo bautizó como Roberto Batata.
En 1971 la vida del novel goleador dio un giro sustancial al firmar con el “todopoderoso” Cruzeiro; Roberto Batata se enfundó la número siete sin saber que escribiría una historia que lo haría inmortal. El Cruzeiro lo había ganado todo en Brasil y empezaba a marcar su éxito continental; en la fase de grupos de la Libertadores del 76 logró una inolvidable victoria 5 a 4 sobre el Inter de Porto Alegre. El azulao avanzaba raudo hacia el título; ya en semifinales, Roberto selló la goleada 4 por 0 sobre el Alianza en Lima.
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Uno de los goles con los que Cruzeiro arrolló a Alianza Lima 7 a 1 en el Minerao. Goleada a manera de homenaje póstumo. Foto tomada de Historia blanquiazul.
A su regreso, en Belo Horizonte, con la final a la vista, el técnico Zezé Moreira autorizó unos días de permiso para el equipo; Roberto aprovechó para conducir hacia Tres Corazones, quería celebrar con su esposa Denize y el pequeño Leonardo de apenas once meses.
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Con la selección brasilera Roberto Batata jugó seis partidos en la Copa América del 75, anotó tres goles. Foto tomada de ceroacero.es.
Al parecer, el pequeño Chevette picó tan rápido como su dueño, o pudo ser que el sueño le ganó la partida al brillante atacante del Cruzeiro. Lo único cierto es que esa noche de mayo el auto del número siete se estrelló violentamente contra un camión. Roberto Batata murió en el acto y el mundo del fútbol se sacudió.
Seis días después y luego de un sepelio conmovedor, la camiseta número siete se hizo presente en un costado de la cancha del Minerao. Sus compañeros, aún dolidos por su partida enfrentaban de nuevo a Alianza Lima, al final y a manera de homenaje un Cruzeiro inspirado le marcó siete goles a los íntimos.
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Las formaciones de Cruzeiro y River Plate a segundos de disputar el dramático tercer juego que definió la Libertadores del 76 en Santiago. Foto tomada de Marketing Registrado.
La fría noche del 30 de julio del 76, en el Estadio Nacional de Chile, un sorpresivo remate de Joazinho desequilibró la durísima final frente a River Plate y convertiría, hasta ese entonces, a Cruzeiro, junto con el Santos de O Rei, en el único equipo brasilero en levantar la Copa Libertadores de América.
Con la incontenible emoción de sentirse campeón, todo el plantel de Cruzeiro se unió en oración por el goleador ausente; aquel puntero veloz de sonrisa genuina que dejó a manera de legado 106 goles con el azulado.
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Previo al festejo desbordado, los nuevos monarcas del continente recordaron al amigo y goleador que desde el cielo levantó la Libertadores. Imagen tomada de Tragedias del Deporte.
Al recibir la copa, Wilson Piazza, el capitán de Cruzeiro, la levantó hacia el cielo, cómo apuntándole a la constelación de la Cruz del Sur, emblema del nuevo Rey continental, o tal vez para brindársela a esa nueva estrella que celebró en la eternidad: Roberto Batata.
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