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El divino manco

Foto del escritor: Nacho MirandaNacho Miranda

Actualizado: 29 nov 2021

Esta es la historia de superación

de Héctor Castro,

aquel jugador uruguayo

cuyo nombre está

grabado con letras doradas

en el Centenario de Montevideo

Héctor Castro. Foto tomada de El Gráfico

Plaza Independencia sobre Avenida 18 de Julio esquina con Andes, café y confitería La Giralda, Montevideo 1917.


Los muchachos de la federación de estudiantes de La Universidad de la República bajan presurosos del tranvía, quieren agarrar buena mesa para el estreno de la marchita. El estudiante de arquitectura y músico de corazón Gerardo Matos, llega nervioso donde sus compañeros, no está seguro de la aceptación de su composición. Al piano y dirigiendo su quinteto estará Roberto Firpo.

La GIRALDA en los 20’s. El epicentro de la movida social y cultural de Montevideo. Foto tomada de Montevideoantiguo.net

Al otro lado de la ciudad, un chiquilín corre velozmente pateando guijarros por las calles adoquinadas del barrio industrial; su cabeza sólo sueña con goles, pero a sus escasos trece años una fábrica lo espera para llevar un salario a casa de los Castro.


Aquella noche en La Giralda, el tango de Matos sería interpretado seis veces a pedido de un público emocionado, más de cien años después, es considerado como el himno cultural y popular de los orientales. La Cumparsita es "el tango de los tangos" y representa como ningún otro, ese ritmo nacido del sentimiento visceral de las clases barriales marginales. Amalgama de costumbres de los emigrantes europeos con algunos rituales musicales afroporteños como el candombe. Origen negro que enriqueció esa milonga urbana tan propia del abrazo estrecho de la pareja como el de la pelota de cuero con su encantador.


Portada de la partitura de La Cumparsita

Así, en los albores del siglo veinte, los uruguayos empiezan a encontrar en el tango y el fútbol una razón de ser, una razón para vivir. Símbolo de identidad nacional.

Dibujo de Rodolfo Fucile

Para Héctor Castro, sin embargo, el panorama no asoma prometedor. Trabajando en la fábrica una sierra eléctrica le quita medio brazo abajo del codo de un solo tajo; los sueños del futbolista parecen desaparecer. Mil cosas pasan por su mente en plena adolescencia, pero una en especial desvela al uruguayito hijo de gallegos: ¿existen futbolistas sin un brazo?


Las ganas, el tesón, el ímpetu… ahí está la respuesta que llega por un simple hecho, nunca abandonó su sueño. Aprendió a compensar su equilibrio, desarrolló una gran potencia en sus piernas, mortífero con el disparo de derecha e implacable en el juego aéreo. Su impedimento físico lejos de disminuir su capacidad de juego, se convirtió en ventaja a la hora del mano a mano. Su muñón fue un arma letal cuando saltaba para el cabezazo.

A pesar de su impedimento físico, su salto para el cabezazo siempre fue mortífero. Foto tomada de piramideinvertida.com.ar

Sería entonces el club Atlético Lito el encargado de fichar al jovencito de dieciséis años; allí compartió inicios con el Vasco Cea y el Mariscal José Nasazzi: el Gran Capitán, el Terrible, aquel que se bañó siete veces en oro; considerado el jugador más laureado del fútbol uruguayo y uno de los mejores defensores de todos los tiempos. De esta manera se empezaban a juntar los héroes de la generación olímpica.


Con veinte años cumplidos, el Club Nacional de Montevideo se hacía con los servicios del goleador en potencia, mientras la Celeste atravesaba el Atlántico durante treinta días en tercera clase rumbo al sueño dorado. Europa sería testigo por primera vez del juego fresco de los orientales. Contra todo pronóstico quedan campeones a pesar de las penurias y sacrificios. José Leandro Andrade, la merveille noire como lo bautizaron los franceses, lidera al equipo uruguayo para ganar la medalla de oro frente a los suizos en el fútbol de los Juegos Olímpicos de París 1924. Se seguían sumando nombres ilustres.

Uruguay campeona olímpica de fútbol, París 1924. Foto tomada deWikipedia

El turno de integrar la Celeste llegaría para Héctor Castro en el Suramericano de Chile de 1926, Uruguay campeón. Vence en la final al onceno paraguayo 6-1; cuatro goles del manco Castro empiezan a demostrar que ningún sueño es imposible, las burlas por la falta de una mano ahora se convierten en ovaciones.


En 1928 Uruguay repite título olímpico frente a los argentinos, el clásico suramericano de los vecinos del río de La Plata empieza a tomar ribetes históricos. La medalla de oro en Ámsterdam también le pertenece a Héctor Castro quien colabora con dos goles en el campeonato. A los veinticuatro años suma un título más y los orientales no se cansan de ganar. La consagración estaría por llegar en el primer mundial de fútbol. En el congreso de la FIFA de 1928 en Ámsterdam, se designa a Uruguay como sede y se lo ratifica en el congreso de Barcelona de 1929. El Centenario de la Jura de la Constitución de 1830, dos medallas de oro olímpicas, un estadio nuevo que prometía ser el más grande de Sudamérica y el gasto pago de los seleccionados participantes, termina por decantar la candidatura de los orientales.

Construcción del Estadio Centenario 1930, pocas semanas antes del debut de la Celeste. Foto tomada de elobservador.com.uy

Todo servido; las fuertes lluvias en Montevideo obligan a que sólo después del sexto día, cuando el mundial ya estaba en curso, se inaugure el Estadio Centenario con el debut de los anfitriones frente a los Incas. Uruguay derrota 1-0 a Perú. La historia reserva un sitial especial sólo para aquellos que se lo merecen, el sacrificio y la fuerza de voluntad siempre tienen recompensa. Al minuto 60 Héctor Castro dispara desde afuera de las dieciséis, es el primer gol de Uruguay en un mundial. Es el primer gol en el Centenario.

El Divino Manco disputa un balón frente a los peruanos en el debut de Uruguay en el mundial, su gol no tardaría en llegar. Foto tomada de El Gráfico

Para terminar la hazaña gloriosa de Castro en el mundial, la final vuelve a poner a la Celeste frente a la Argentina después de lo acontecido en Ámsterdam. Los gauchos esperan la revancha, habían perdido en el partido de desempate 1-2 tras el empate 1-1 en la primera final.


Ballesteros, Nasazzi, Mascheroni, Andrade, Fernández, Gestido, Dorado, Scarone, Castro, Cea, Iriarte.


Así, de memoria como la mayoría de los orientales la recita, salieron al terreno de juego. Dorado abre el marcador pero Peucelle y Stábile por Argentina le dan la vuelta al compromiso antes de finalizar el primer tiempo. Al reanudar, marcan Cea e Iriarte. En el minuto 89 Héctor Castro entierra el cuarto clavo en el féretro argentino: cabezazo tras centro de Dorado. De esta manera completa una gesta de leyenda, marcando el primer y último gol de su selección en el torneo. ¡Uruguay es campeón del primer mundial de fútbol!

Uruguay campeón del mundial 1930. Foto tomada deWikipedia

Jugó veinticinco partidos con la selección y anotó en dieciocho oportunidades. En la primera división de su país convirtió 107 goles. Y famoso es su quinquenio como director técnico de los Bolsos del 39 al 43. Dirigió la selección absoluta en la Copa América de Argentina de 1959 donde perdió cuatro partidos y sólo ganó dos. Había tenido antes un fugaz paso por el banquillo de la selección en el 43 y el 44, enfrentando a la Argentina en tres amistosos sin lograr ganar ninguno.


En septiembre de 1960 víctima de un infarto moría a los 55 años el Divino Manco; aquel que nació para el fútbol de la misma manera que el tango, de los suburbios y directo al corazón de los uruguayos.

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